El auto y el mito de la velocidad
José Antonio Viera-Gallo
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José Antonio Viera-Gallo
En la década de los 70 escribí una columna elogiando el uso de la bicicleta, que provocó bastante polémica por el contexto político que se vivía. Señalaba entonces que la promesa del automóvil individual al alcance de todos era contradictoria: a medida que aumentara el parque automotriz, iba a disminuir la velocidad promedio en las ciudades. La opción por el auto es, por definición, elitista, aunque se construyan autopistas urbanas para descongestionar el tráfico.
Casi 50 años más tarde, la realidad me ha dado la razón. En todas las ciudades de Chile el progreso ha traído consigo la congestión vehicular. En ciertas horas del día, especialmente cuando la gente se dirige por la mañana al trabajo o vuelve a sus casas por la tarde, salir en auto resulta temerario. Además del costo en contaminación, el uso del auto favorece la expansión de las ciudades con un aumento exponencial del gasto en los servicios públicos.
Iván Illich, uno de los más agudos críticos de la sociedad industrial, planteaba esta tesis en un libro bajo el título “Energía y equidad”. Su idea era que la industrialización había roto el equilibrio entre la energía proveniente del uso del cuerpo humano y la energía mecánica. Este desajuste producía un fuerte impacto en la movilidad y en la conformación de las ciudades, favoreciendo la formación de megalópolis, como Ciudad de México y Sao Paulo y, en un escalón menor, Buenos Aires, Río de Janeiro, Santiago o Lima. Todo lo cual redunda en la pérdida de una ilusión de progreso y en la consiguiente frustración social por el tiempo usado para el desplazamiento diario entre la casa y el lugar de trabajo.
En los 70 afirmaba Illich: “la velocidad resulta demasiado cara para ser realmente compartida”, lo que es rotundamente cierto cuando cada cual usa un auto. La velocidad, como promesa, está reservada a unos pocos. Si se difunde, disminuye. Para la mayoría aumenta el tiempo de desplazamiento. ¿Dime a qué velocidad te mueves y te diré quién eres?, se podía afirmar ante el uso masivo del auto. Hoy todos estamos atrapados en los tacos.
Algunos han planteado mecanismos para desincentivar el uso del automóvil, como tarificar la circulación por ciertas calles o avenidas, aumentar el precio del pago en las autopistas urbanas o el costo de las patentes. Todas esas medidas se topan con fuerte rechazo de los conductores, lo que las vuelve inviables.
La solución parece ir por otro lado, en una combinación entre un trasporte público de alta velocidad y el uso de la bicicleta, que además favorece la mantención de la salud. Hoy pocos discuten este camino. En Santiago se propicia una extensión del metro, el uso de vías exclusivas para los buses y el empleo creciente de la bicicleta, gracias a la construcción de ciclovías y la existencia de parques de bicicletas que se pueden usar temporalmente.
El avance tecnológico ha traído consigo una caída vertiginosa del precio de ciertas energías limpias y el impacto de la inteligencia artificial en la circulación de los vehículos. No parece algo tan lejano el uso del auto solamente para viajes a distancia, mientras las ciudades funcionarían con autos eléctricos inteligentes de uso público, algo parecido a lo que sucede hoy con las bicicletas disponibles al público.
Parece un cuadro futurista. Pero el tiempo pasa rápido y quienes se ocupan de estos temas en el sector público y privado deben adelantar las soluciones con mirada de futuro, favoreciendo la mayor cercanía posible entre el lugar en que se vive, el trabajo, las tiendas de abastecimiento, los colegios y los puntos de diversión. Además, a nivel del país, debe promoverse la existencia de una red de ciudades de tamaño medio en que la vida sea más amable.
Hoy los ciclistas se multiplican. Los veía pasar en Buenos Aires y ahora en Santiago, con satisfacción. Anuncian un desplazamiento más saludable, sostenible e igualitario. Venecia es la prueba de que una ciudad media puede funcionar sin autos: con “vaporetos” públicos y caminando. Y esa característica, tan propia de los centros históricos de las ciudades antiguas, curiosamente nos habla del futuro.